Un nuevo libro, el tercero en poco tiempo, es el que ha dado a conocer el pasado mes de junio el escritor salteño Álvaro Dos Santos. Se titula “Las treinta de Lucio”, y los poemas (que son 30) aparecen ordenados con números romanos, con la particularidad que cada uno de ellos está compuesto por una serie de versos y una parte narrativa en prosa.

Esta página de EL PUEBLO hoy comparte con sus lectores dos de ellos, el X y el XI. Antes vale decir que en contratapa se lee: “Esta es la historia de Lucio, un hombre que, nacido en los arrabales de una gran ciudad, poco a poco va iniciando una carrera delictiva hasta formar parte de una organización dedicada al narcotráfico y allí hace carrera: en un momento se convierte en el jefe máximo y así pasa a vivir sus grandes años. Los treinta de Lucio intenta ser una especie de complementación entre un discurso poético y otro narrativo. De allí su peculiar forma de presentación: el texto poético en sí “muestra” una biografía determinada (la de Lucio y su carrera en el delito) y, debajo de una línea el texto narrativo “persigue” implacablemente a esa vida tratando, en cada momento, de construirla, quitarle sus velos y máscaras y demás”.
A.C. DOS SANTOS FRANCO (“Cataure”) Nació en Salto. Es Licenciado y Máster en Letras, Filología y Mundo Clásico. Estudió en la UDELAR, la UNED española e investigó en la Universita Degli Studi di Macerata. Es traductor, ensayista, crítico literario, poeta e investigador de temas clásicos. En 2020 publicó el poema “Clases” y el ensayo “La originalidad poética del Libro de Buen Amor y algunas de sus fuentes clásicas”.

X
22,12 hs.
Es su cumpleaños número treinta
y las luces de la gran
casa forman vagas líneas horizontales
a lo largo y ancho de un
patio con césped y árboles exóticos.
No ha invitado a nadie de
su pasado y sí a muchos de sus
capangas actuales. El cielo
prodiga ramilletes de luces perlinas
mientras el anfitrión recibe
felicitaciones y el follaje de las
palmeras se ladea un tanto.
Él ya se siente importante, por
más que el peligro siempre
lo aceche. Un capanga lo llama aparte
y le expone un problema: él
decide al instante y retorna a sus
invitados. Ríe y juega con
ellos: modula síes y noes venidos de
los más diversos y etéreos
andamiajes argumentales y vitales.
Estás radiante, en serio. Uno de tus capangas le dice a otro que con un tipo como vos bien vale la pena estar siempre en infracción ante la ley porque sos muy comprensivo con ellos y siempre les estás prodigando esos cheques verdosos que tenés en el cajón de tu escritorio. Allá veo a unos niños y estos también te adoran: el tío Lucio, como les gusta llamarte. Es que si sentís algún vacío en tu vida es precisamente eso: no tener aún hijos, pero ya se te va a dar. Las invitadas coquetean con vos, le hacen fiesta a tus chistes y esas cosas: ya has llevado a alguna de ellas a la cama pero casi todas te parecieron más interesadas en tu dinero que en tu amor. Por otra parte el lunch es exquisito y los mozos no paran un segundo en sus labores pues deben atender a mucha gente, gente a la que consideran fina y respetable: ¡si supieras ante la carroña humana entre la que se mueven! Sí, sí: cualquiera de esos pobres tipos con chalecos y moños es más decente que todos tus invitados juntos, Lucio, porque ellos dignifican la vida con un trabajo honrado mientras que vos y tu gente no piensan más que en farras, dinero fácil y venganzas de toda clase y calor. Ahora un mozo te entrega un vaso de whisky y se lo agradecés muy, pero muy displicentemente.
XI
17,06 hs.
Él se lleva, nervioso, un sorbo de
cerveza a su boca y ese
cielo de neón y brillo intenso lo
inducen a pensar con
qué clase de coartada se presentará
mañana ante la división
narcóticos: con seguridad la voz de
un soplón. Busca, entonces,
en el envés de una interrogación
respuestas concisas y
serenas. Piensa, con cada sorbo, que
esto se debía dar un
día, inevitablemente: gajes del
oficio. Entonces ordena
sus pensamientos, los regimenta y en
unos pocos minutos ya
elabora circunlocuciones de autodefensa.
A pesar de tus aires de autosuficiencia, a pesar de tu supuesta frialdad al contestar en realidad tenías unas ganas bárbaras de llorar allí frente a los tres agentes. Estos fueron bastante escuetos y precisos en sus preguntas, o sea, cómo, dónde y cuándo. Ahora, en este bar céntrico y frente a una cerveza procurás acordarte de tus respuestas y creés que estuviste bien: por algo ni se habló de detención y esas cosas, te decís. Pero de que te cagaste bien cagado frente a esos tres tipos no hay dudas, Lucio, y eso me hace reír. Das gracias a Dios por el hecho de que ninguno de tus capangas se hallaran presente durante el interrogatorio pues hubieran notado la clase de pendejo que tienen por socio. Por supuesto que ahora mismo, en la sala oval de tu casa, todos ellos te esperan, ávidos de noticias y de cómo te fue. Mientras tu cerveza se esfuma procurás recomponer tu fachada de hombre frío y cerebral: no te han de ver, por cierto, así como estás ahora, pálido y estremecido, ya que el orgullo, en tu negocio, es vital, soporte de lealtades y esas cosas. Ya acabás con la cerveza y ya te subís a tu auto: en casa oídos anhelantes escucharán tus fanfarronadas y te felicitarán. Pero de que te dieron flor de julepe los agentes solamente yo lo sé: no te preocupes que nadie más se enterará, Lucio.