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jueves, 26 de diciembre de 2024
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Liceo de Villa Constitución – Una crónica diferente

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(Digo diferente porque acostumbro a escribir crónicas desde otro ángulo, desde una perspectiva de mayor distancia.

Ahora, en cambio, hablaré en primera persona y casi “en catarata”, a medida que afloren los recuerdos.

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Quiero escribir con total autenticidad. Mirándolo con la distancia de un par de décadas, pienso que es lo mínimo que puedo hacer por un lugar que está cumpliendo 50 años de vida, y que auténticamente, ayudó a construir la mía).

Recién había cumplido 21 años, acababa de recibirme de Profesor de Literatura y tuve la posibilidad de trabajar en el Liceo de Villa Constitución. Eso ya sería suficiente para sentir una especial emoción por “la villa”. El primer lugar donde uno trabaja, ha de ser inolvidable, como el primer amor. Si es en la profesión elegida, mejor, si a eso se suma el ímpetu de la juventud que grita que toda la vida está por delante, todo se intensifica y crece más.

Allá fui, a mi cargo un grupo de segundo año (al que daba Idioma Español) y dos de tercero por la mañana; más un grupo de cuarto año por la tarde. Así que era común que pasara el día por el pueblo. Almorzaba en la Plaza Joaquín Suárez, solo, siempre solo en un banco de hierro y acompañado por los árboles. Rara vez me acercaba a lo de Núñez, a la vuelta del liceo. Ricas minutas vendían. ¡Las milanesas…! Pero no, yo generalmente comía lo que llevaba en un tupper, y en la plaza, solo. De lo de Núñez me resulta imborrable la imagen del profesor Enrique Bonifacino, gran docente de Música y pianista (hoy radicado en Inglaterra), al que encontré un mediodía tomando sopa. Me dijo: “sé que se van a reír, pero a mí me gusta la sopa de verduras, y es más sano”.

Es muy probable que si me pongo a nombrar las personas con las que compartí momentos aquel año, me olvidaré de algunas. Entonces, haré lo contrario a lo habitual. Lo habitual es no nombrar por temor a olvidos. Pero como “el olvido está lleno de memoria”, nombraré igual, porque estoy seguro que nadie se sentirá ofendido si mi recuerdo falla, al contrario, siento que el olvidado se sentirá feliz al recordar otros nombres, y entonces en ellos, recordarse a sí mismo, en ese tiempo.

Hay un grupo de profesores que ya se fueron: Roxana Moreira, Nira Bertazzi, el “Pepe” Vaz Tourem, el “Quique” Santoro…

Hay también alumnos que se nos adelantaron: Velázquez, Aguilar…Otros andan en la fama, como un tal “Palito”.

¡Cuánto aprendizaje de los profesores más veteranos! Aprendí mirándolos simplemente. De todos aprendí algo. ¡Qué año el 2003! Carolina Blanco, “Pepe” Machado, Luz Milesi, Élida Medina, Lorena Lapeira, Gonzalo Lucero, Mauricio Vázquez, Carolina González, Fabiana Bautista, Valeria Núñez, la teacher Marina, Lilián Pablo, Edinson Leao, Marina Stoletny, Ricardo Nava, Verdún Meroni, Catalina Silveira, las adscriptas Irene Weston y Gabriela Da Silva…Pablo Menoni, el Director, que ese año debutaba como tal. En la Biblioteca, Jorge Giménez por la mañana, Ricardo Carballo en la tarde; Abelardo Palacio en la Secretaría, Jacinto Barrios y el “Bebé” Oxandabarat en la Administración, Teresa y Rodolfo de aquí para allá con múltiples tareas auxiliares…

Pasé mucho tiempo sin volver. Cuando volví, unos 15 años después, me reencontré con todo exactamente igual. Algunos rostros ya no estaban, pero yo los veía. Algunas voces se habían ocultado, yo las escuchaba. El edificio del liceo había tenido cambios, pero yo lo veía igual. Estaba idéntica la rotonda, la costanera, la panadería donde compraba bollos. El reloj de sol de la entrada del liceo decía claramente que el tiempo no había pasado. Encontré otra vez los viajes diarios en TTN, Cottur o El Norteño…

Quise quedarme y no pude.

¿Será cierto, como canta Sabina, que “al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”? ¡Cuántos amaneceres y anocheceres escuchando a Sabina en auriculares de vincha, arriba del ómnibus, yendo y viniendo de dar clases!

Digo “dar clases” y pienso que no fui a eso a Villa Constitución. No; eso fue solo una excusa que me puso el destino para que conociera un lugar muy especial que me ayudó a construirme.

Hoy veo como un sueño Constitución. No reconozco qué fue verdad y qué ilusión; y si lo que fue sigue siendo o ya me desperté. Porque hay cosas que nunca hubo en aquel pueblo y yo las imaginé y las sigo imaginando. No reconozco si es verdad o es un cuento, que una mañana me perdí en sus calles, que Carolina llevaba un gato dentro del bolso en la bodega del ómnibus, que otra vez los pasajeros viajaban bien sentados en sus asientos pero con paraguas abiertos….O que una nochecita de niebla fría, un hombre viajaba parado en el escalón del ómnibus con una antorcha en la mano para alumbrar mejor la ruta…Todo se parece a Macondo o a Yoknapatawpha…

Gracias por tanto, y felices 50 años, Liceo de Villa Constitución; feliz primer medio siglo de vida, tan real como imaginaria.

J.P.

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