“La muerte…La muerte es una cosa que me indigna”, le dijo al periodista Eduardo Galeano en un reportaje de 1980. Hablo de Juan Carlos Onetti, a quien la muerte lo encontró viviendo en Madrid, el 30 de mayo de 1994.
Onetti está entre los mejores narradores en lengua española, no en vano ganó el Premio Cervantes. Y si hablamos de narradores uruguayo, no dudo en ubicarlo en un alto pedestal junto a Horacio Quiroga, a Felisberto Hernández…

Poseedor de una desbordada imaginación, dedicó su vida a edificar uno de los más notables mundos que se han creado a través de las palabras: Santa María con sus apesadumbrados habitantes y sus problemas existenciales a cuestas.
Ante la pregunta: “¿Cómo le gustaría morir?”, una vez contestó: “De ninguna manera”. Y fue un deseo que se trasladó felizmente a sus novelas y a su cuentos, porque es la suya una obra que sigue en pie, aunque él ya no está desde hace 29 años; una obra que sigue ocupando a lectores comunes y a especialistas, aquí en Uruguay y también más allá de fronteras.
No vamos a compartir hoy fragmentos de ninguna novela ni cuento de los tantos que ha escrito. Es fácil hallarlos: El pozo, Juntacadáveres, La vida breve, o el notable relato El infierno tan temido, por nombrar apenas algunos que mientras escribimos esta nota, nos llegan a la memoria.
Preferimos recordarlo con algo que no es común encontrar en él, un poema:
Y el pan nuestro

Sólo conozco de ti
la sonrisa gioconda con labios separados
el misterio
mi terca obsesión de develarlo
y avanzar porfiado y sorprendido
tanteando tu pasado.
Sólo conozco la dulce leche de tus dientes
la leche plácida y burlona
que me separa
y para siempre
del paraíso imaginado
del imposible mañana
de paz y dicha silenciosa
de abrigo y pan compartido
de algún objeto cotidiano
que yo pudiera llamar nuestro.