El que llegó de Carmelo, el que cumplió 4 años, y el que volvió 22 años después
El título refiere a tres libros, de tres salteños ampliamente conocidos, que en los últimos días fueron noticia. Alguno más que otro, alguno más en medios de prensa y otros en redes sociales, pero los tres dieron que hablar.


EL QUE LLEGÓ…
El que llegó de Carmelo, donde reside su autor, y ya circula en Salto es “Relatos de Provincia”, de Daniel Abelenda Bonet. Lo hemos comentado desde EL PUEBLO en otras ocasiones, sobre todo cuando se preparaba su edición, pero ahora salió de imprenta y está entre nosotros.
1971: El huevo de la serpiente (Fragmento)
Mis padres y sus compañeros le decían «el comité». Estrictamente, era el garaje de una antigua casona deshabitada, cuya dueña había cedido esa parte para que funcionara allí un club político (en noviembre habría elecciones generales).
Por tanto, estos trozos de memoria, como una serie de fotografías, datan del otoño o invierno de aquel año en que yo cursaba tercer grado en la Escuela Urbana Nro. 26.
La finca estaba en la esquina de la Avenida (así le decíamos a la única calle ancha y asfaltada del pueblo) y una calle de balasto que desembocaba allí, a sólo una cuadra de la casa paterna. Para ir a la escuela, yo pasaba todos los días por el club que los «militantes» (vocablo que incorporé aquel año) habían pintado a la cal, y sobre este blanco, dibujado el logo y el nombre de su partido en azul y rojo. Como el local que utilizaban ahora había sido diseñado como garaje, tenía una entrada independiente de la casa, sobre la Avenida, con una pesada cortina metálica a manera de puerta.
Mi padre era quien más lo frecuentaba, en reuniones que se celebraban a la tardecita o en las primeras horas de la noche. Recuerdo que él me llevó allí un par de veces. Fui movido únicamente por mi curiosidad, pues aquel no era un lugar para un niño de 9 años. Los asistentes eran todos jóvenes y adultos, amigos de mis padres u otros vecinos, a quien yo conocía o había visto en alguna ocasión en las calles o comercios del pueblo.
Dentro del garaje con pisos de madera y una sola lamparita amarillenta colgando del techo, había una larga mesa de madera con caballetes, un par de sillas, banderas partidarias, tarros y pinceles, y muchas hojas con una foto de un hombre con bigotes en el extremo superior izquierdo, el logo con los colores partidarios, y una lista de nombres en cuatro columnas. La actividad principal de los adherentes parecía ser doblar y colocar estas hojas de votación en unos sobres tamaño carta celestes. Mi padre me explicó que eran para dárselos a los futuros votantes para que lo depositaran en las urnas; «pero hay que aclararles que el sobrecito azul lo tiren, si no en la Mesa, anulan el voto», me dijo; yo escuchaba e intentaba entender cómo funcionaba aquello de la política…

EL QUE CUMPLIÓ AÑOS…
Cuatro años hace este mes (hizo el pasado día 19), que fue presentada en Casa Quiroga la novela “En el carro de Elías”, de Enrique Cesio.
Cap. I (Fragmento)
-Amigo…
Sebastián, su rodilla en el pavimento, tocó con la mano izquierda enguantada en lana, lo que parecía ser la parte alta del bulto que estaba en el suelo. Eran las 6 de la mañana de un invierno fuerte. El muchacho reconoció enseguida el olor propio de la gente en situación de calle, expresión políticamente correcta para la común de linyera o vagabundo. Era un perfume exclusivo, un aroma mezcla de alcohol, mugre, heces y otros componentes. De un agujero entre las telas que cubrían el bulto salía ese aliento fétido, materializado en una especie de vapor. No tuvo respuesta. Repitió el llamado y acentuó los golpes. Ya había hecho experiencia en su trabajo de asistente social, en práctica de campo. Era arduo despertarlos. Trató de abrir más el agujero y en la penumbra, debajo del puente Sarmiento, alcanzó a divisar una barba entrecana, abundante, grasienta.
-Buen día, hombre, ¿qué te pasa?
-No lo jodas más, pibe – sintió que le decía una voz ronca desde otro punto del espacio contra el murallón.
Se dio vuelta y advirtió a un hombre sentado contra la pared, tomando del pico de una botella un indefinible brebaje que también despedía olor asqueroso.
-¿Qué dice?
-Que no lo llames más, no te gastes, este está pa´ morir.
-¿Lo conoces?
-Sí, claro, es El Patriota.
-¿Cómo?
-Le dicen El Patriota porque la primera pilcha en que se envuelve es la bandera uruguaya, que consiguió no se sabe dónde. Dice que es la sábana…
EL QUE VOLVIÓ…

Volvió en una segunda edición ampliada (la primera era del año 1999) “Las hojas de par en par”, de Leonardo Garet.
El preso
La solicitud especial concedida por su buen comportamiento, le había permitido el marco de madera para el rectángulo verde que simulaba una ventana. A los pocos días de estar en esa celda de tres por tres, de un marrón metálico idéntico en piso, paredes y techo, sin más abertura que la puerta de rejas, le había sobrevenido la ansiedad del espacio. Algo que no tuviera límites. No una ventana, con su pobre horizonte irremediablemente limitado. Fue obteniendo los tarros con restos de pintura verde, azul y amarillo. Y así, muy de a poco, porque le acercaban sólo los tarros para raspar, pudo hacerse su buen rectángulo de dos metros por uno, que dominaba la pared de enfrente a las rejas de la puerta. La coronación se creyó que había llegado cuando pidió para su ventana un marco de madera real y no pintado. Desde entonces, las horas las pasaba frente a su campo, quieto ante el verde ecuánime, que tanto era terreno como cielo. Los guardias lo encontraban siempre de espaldas a ellos y a las rejas, con una abstracción absoluta en el verde. El cambio sobrevino cuando en lugar de agregar nuevos matices de verde, pasó un día nada más que ubicando manchas negras. Cuando le hicieron notar que echaba a perder el campo que tanto le había costado reunir, contestó que ahora le tocaba dibujar la sombra del hombre que había matado.