CONTINUACIÓN… seguimos delineando estos primeros apuntes que no son más que un borrador de una historia que venimos escribiendo cada lunes desde esta columna.
ONCE. (Así terminábamos el capítulo anterior).
Tomó su libreta donde había anotado lo más destacado de la charla que había tenido con su contacto dentro del Hospital. Repasaba hoja tras hoja, buscaba algo que le mostrara la punta de la madeja para saber cuál sería su siguiente movimiento. Tomó su pipa electrónica y realizó algunas pitadas mientras se servía la grapa miel que tenía guardada en su escritorio del diario, mientras acordes de Beethoven sonaban en su cabeza. Solía ser la combinación ideal que lo ayudaba a pensar. Entonces lo vio, se detuvo en una de las hojas y comprendió dónde debía ir. Miró su reloj, eran las dos, ideal para meterse en ese lugar amparado en la oscuridad de la noche.
Unos minutos en el futuro…
Entró por una puerta de servicio que había detrás de la casa. Al romper el vidrio para poder ingresar despertó al perro de un vecino. Báez esperó que sus ladridos no alertaran a nadie, nunca pensó que ese primer ladrido despertaría a otro y a otro. Así fue cómo se enteró que en esa cuadra estaba lleno de perros, «el mejor método antirrobo», pensó.
Las luces comenzaron a encenderse y a iluminar las sombras, pero Báez ya estaba adentro y esperaba que todo pasara pronto. Por las dudas, no se movió hasta que se sintió seguro. Algunas voces se escucharon mandando a callar a los perros. Báez agradeció por dentro.
Cuando todo se calmó, encendió la linterna de su celular y comenzó a recorrer la casa. El tapaboca empañaba sus lentes, pero no tenía opción. Estaba en la casa donde una nueva cepa del COVID había matado un matrimonio mientras los hijos habían salvado su vida de milagro, según leyó en sus notas. No encontró nada anormal, pero no ubicaba el escritorio del escritor. Estuvo en los dormitorios, en el baño, revisó el botiquín familiar en busca de alguna medicación especial, pero seguía sin ver nada fuera de lo normal.
Se paró en el pasillo central y miró para cada lado, entonces vio las escaleras que llevaban al altillo de la casa. Las subió con cuidado tratando de no hacer más ruido del que había hecho al ingresar a la casa. Abrió la puerta y se encontró con una habitación amplia, donde al fondo había una cama sin colchón, miró más cerca de la ventana y encontró un escritorio sin computadora, aunque allí estaban los cables que conectaban con lo que bien pudo ser una computadora que ya no estaba, se la había llevado junto a todo lo que alguna vez hubo en esa habitación. Ni libros, ni libretas ni nada donde poder tomar notas.
Se sentó en la silla del escritorio y desde allí empezó a observar el panorama que le devolvían las sombras. Los ladridos comenzaron de nuevo. Báez concentró sus sentidos, eso le permitió escuchar que alguien pisaba los vidrios esparcidos en el piso de la cocina.
Alguien más había entrado a la casa…
(Hasta la semana que viene…)
Por: Leonardo Silva