Como bien lo decía la introducción a nuestro informe semanal del pasado domingo (que trataba sobre estafas) alguna vez bastó con la palabra para confiar. Solo “de palabra” se hacían hasta grandes negocios. Después, ya hubo que pasar a la escritura, a los documentos escritos. Pero aun así son frecuentes, no solo en Uruguay sino en el mundo entero, las falsificaciones de documentos, sea un recibo, una boleta, un título de propiedad o un título universitario, por dar apenas unos pocos ejemplos.
Es más, hasta hace unos años, la fotografía o los videos eran una gran prueba de muchas cosas. “Tengo fotos”, “Tengo una filmación”, se decía como prueba contundente. Hoy ya ni eso es tan seguro, nada parece irrefutable, todo es relativo. La tecnología ha avanzado a tal punto que todo ese tipo de material puede falsearse también, las famosas fotos trucadas están a la orden del día y se ven de continuo en redes sociales. La falsificación de firmas también existe y hay expertos. Ni que hablar de los hackeos, incluso a cuentas bancarias, tarjetas de crédito y más.
¿Qué nos queda entonces para confiar? ¿No le parece que cada vez más la verdad pierde terreno ante el avasallamiento de los hábiles que la manipulan?
Tan inteligente es el ser humano que crea su propia destrucción, sus propias bombas, sus propias guerras y sus enfermedades a veces también.
En lo que estamos hablando pasa lo mismo. Tanto hemos avanzado en tecnología, que en el afán de superarnos y protegernos (vaya uno a saber de qué), nos vamos quedando cada vez más desamparados ante el peligro. El peligro por la fragilidad del ser humano mismo y sus bienes, la fragilidad creada por el propio ser humano.
