Mientras vivamos en un país donde el portar armas, sea una demostración de superioridad frente a los demás, una callada ostentación de que “el poder soy yo” y lo impongo cuando quiero, la paz, fruto de la justicia y de la convivencia pacífica entre los seres humanos, será sólo una utopía.
El porte de armas debe de entenderse como un poder confiado por el pueblo y en él debe descansar, regido por la ley y el orden. Nadie puede sentirse superior por portar un arma, sino respetado por haber sido merecedor de esta distinción por parte del pueblo, que en su mayoría al menos, le confió esta potestad.
Tampoco nadie puede o debe servirse de esto, para evitar o evadir controles regidos por la ley.
Cuando alguien esconde una acción o sus consecuencias, refugiándose en el silencio oprobioso, está mal entendiendo esta potestad, está al menos siendo cómplice de quienes han obrado fuera de la ley y se creen fuera del alcance de esta.
Lo mismo cabe para quienes creen que portar un arma de fuego significa imponer sus deseos y sus intereses por sobre cualquier otro poder. La delincuencia que notoriamente ha ido ganando en peligrosidad y utilizando la misma lógica del poder de las armas, hoy es capaz de cometer crímenes, rapiñas y hasta de planear el asalto a un cuartel, llevándose por el mismo concepto de “la razón” impuesta por un arma de fuego.
Cuando “manda don dinero” con su enorme poder de corrupción y más que nunca comprobamos aquello de que “todo hombre tiene su precio”, entonces no podemos aspirar a otra cosa que a la sociedad que tenemos. Con “chispazos” de honestidad, a veces promovidos precisamente por los nefastos intereses mencionados.
Lejos estamos aún de entender que una sociedad sólo adquiere paz y orden cuando impera la ley, cuando la justicia es igual para todos y cuando los derechos se respetan por sobre todo otro interés y todo aquel que viola la ley o la ignora de ex profeso tarde o temprano debe responder por sus actos.
El mismo respeto que el pueblo brinda a los uniformados que portan armas, debe demostrarse de parte de estos al pueblo que les confía el poder.
No pretendemos menospreciar, ni disminuir el respeto que se merece la gente honesta que la hay y felizmente en buen número, pero si conseguir que quienes ofenden el uniforme que portan, quienes se valen de él para violar las leyes, sean responsabilizados y condenados con todo el rigor de la ley.
Es lo que pensamos, es lo que entendemos como único camino para lograr la paz y justicia verdaderas.
A.R.D.