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martes, 3 de junio de 2025
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Hago una denuncia y una invitación…

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Diario EL PUEBLO digital
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El domingo 29 de octubre, en salones de la Regional Norte de la UDELAR se llevó a cabo la final de las Olimpíadas de Matemáticas (para Educación Media, es decir liceos y UTU) a nivel nacional. Salto tuvo el privilegio de ser sede de un evento de esta importancia, luego de diez años en los que la final se realizaba casi siempre en Montevideo. Arribaron a nuestra ciudad alrededor de 300 estudiantes (los que habían llegado a esa instancia luego de sucesivas pruebas eliminatorias) de unos 13 o 14 departamentos del país.

Pasadas las pruebas de la final, ese mismo domingo se conocieron los resultados. Hubo medallas de oro, de plata y de bronce en diferentes niveles. Y también en diferentes niveles de otorgaron varias menciones especiales. El total de premiados, entre quienes recibieron medallas y quienes recibieron una mención, fue de 70 alumnos. Pero observe usted este dato: de esos 70 jóvenes, 62 pertenecen a colegios privados y 8 a liceos públicos o UTU.

Lo que acabamos de plantear (ese 62 a 8) no es un dato menor. Es una muestra más de algo que está a la vista de todos, así que no podemos seguir mirando para otro lado y menos aún negarlo: la brecha entre educación pública y educación privada se acentúa de modo incesante en nuestro país. Y conste que no es debido a que una se haya estancado y la otra haya mejorado mucho. No, para nada. Estamos convencidos -lo venimos manifestando en varias notas de opinión- que en ambos casos estamos asistiendo a un alarmante vaciamiento de contenidos curriculares, así como a una cada vez menor valoración de lo que significa el estudio y el aprendizaje. Pero, en ese escenario de decadencia generalizada, lo privado sigue estando mejor posicionado.

Demás está decir que aflige sobremanera pensar que para acceder a una mejor educación, haya que pertenecer a una familia que tenga el dinero suficiente mes a mes, para pagar la cuota de un colegio privado. Pero lamentablemente, todo indica, cada vez con mayor firmeza, que así son las cosas.

Porque si vuelvo a pensar en las Olimpiadas de las que hablaba, me surgen estas preguntas: ¿quienes asisten a la educación privada son más inteligentes?, ¿tienen una capacidad más desarrollada para adquirir conocimientos?, ¿tienen un mayor apoyo de sus familias? Las respuestas en todos los casos es, rotundamente, “No”. Claramente hay de todo en todos lados.
Y entonces, ¿qué es lo que marca esa tan notoria diferencia? Pues, que el funcionamiento de las instituciones no es igual, en absoluto. No es igual, lamentablemente en aquellas cuestiones en las que debería serlo, como por ejemplo, el de dar las mismas oportunidades de contar semanalmente con determinada carga horaria de clases.

Hemos escuchado miles de veces decir: “liceo público o privado es lo mismo, si los profesores son los mismos”. No es así, aunque los profesores en general sean los mismos, no se trabaja de igual manera. Pondré algunos ejemplos: en el privado, es difícil que los alumnos tengan horas libres, ya que si falta un docente se cubre el espacio (con otro profesor o con la realización de alguna tarea extra dentro de la misma institución: lectura, repaso de temas con supervisión de un adscripto, etc.), en cambio en el público es muy difícil que haya una semana en que los alumnos tengan el horario completo; cuando un alumno tiene calificación insuficiente,en el privado es frecuente que se haga un seguimiento especial a fin de que pueda superarse en esa área, en el público en cambio difícilmente suceda; para atender problemas vinculados a emociones, frustraciones, trabajo en equipo, etc., el privado suele ofrecer al alumnado profesionales especializados (psicólogos, psicopedagogos, talleristas de distinto tipo, etc.), lo que muy rara vez sucede en el público; si un alumno abandona sus estudios, es clarísimo que no se actúa de la misma manera en el intento por reinsertarlo. Así podríamos seguir marcando diferencias.

Es muy fácil echar siempre la culpa a los adolescentes, de hecho permanentemente escuchamos: no estudian, están para otra cosa, no dejan el celular, no agarran un libro, no les interesa aprender…¿Y los adultos nunca tenemos la culpa de nada? Claro que sí, cada uno desde su lugar. Y habría que empezar porque las instituciones educativas incumplieran lo menos posible con aquellas cosas más básicas con las que tienen que cumplir. Esto nos retrotrae al breve artículo de opinión, titulado “Duele la Educación”, que este sábado publicamos en página 3 y que entendemos pertinente reiterarlo ahora:

“Esta semana que está terminando recibimos al menos cuatro planteos de padres de estudiantes de Educación Secundaria (de diferentes liceos públicos), que realmente preocupan y llaman a la reflexión. Por un lado, el hecho que haya instituciones que reiteradas veces incumplen con ciertos protocolos, por ejemplo dejar que alumnos menores de edad se retiren de la institución en medio de una tormenta eléctrica (incluso con granizo). Por otra parte, estuvo presente la queja por la permanente falta de clases que se da en algunos liceos. Esta semana ocurrió en algunas instituciones que, si se suma las horas que efectivamente se brindó clases, no alcanza siquiera a la mitad de lo que se debería haber brindado. Se sumó además otro planteo y fue el de los excesivos gastos económicos que se exige a los alumnos. Una madre nos decía que al hijo, un docente “le exigió” como tarea final (si no, no promovía la asignatura) una serie de fotografías impresas cuyo costo rozó los 2.000 pesos. Pero antes, había tenido un gasto similar “para una exposición” (si mal no recordamos vinculada a ciencias). Otra madre nos decía textualmente: “me tienen acalambrada con los gastos para meriendas compartidas, todos los días hay una, desde hace casi un mes”.. Sobre ese último punto (lo económico), hay quienes podrán pensar: el que no puede, no pasa nada. Créame, estimado lector, que no es así: por supuesto que pasa. Pasan muchas cosas en quien no puede:
incomodidad, malos momentos, angustia…Paradójico es que en esas mismas instituciones, hay quienes hablan de “empatía”, “control de las emociones”, “manejo de las frustraciones”, y un montón de “palabras lindas” que nada tienen que ver con la realidad. ¿Y los directores y los inspectores dónde están para dirigir, para corregir, para encaminar? Están seguramente absorbidos en tareas administrativas siempre alejadas, muy alejadas de los alumnos y sus familias. Así estamos”.

Ahora bien, quiero terminar la reflexión de hoy con una invitación. Invito a los colegas, a todo periodista que desee hacerlo, a que se acerque a las instituciones educativas y observe estas cosas que hoy planteo y saque sus propias conclusiones. Digo esto, no solo porque entiendo que es un tema de mucho interés que amerita que muchos más ojos se posen sobre él, sino también porque hay quienes pueden pensar que quien esto escribe tiene un problema personal con el sistema educativo. Y es lógico que se pueda pensar eso; de hecho desde hace varios años, como docente de Literatura que soy, vengo sufriendo una muy mala relación con ese sistema. “La frutilla sobre la torta” fue cuando hace un año atrás, sin ningún aviso y hasta ahora sin ninguna explicación, se decidió dejarme un mes sin sueldo, con todo lo que ello trae aparejado para una familia. Eso es ilegal, se lo mire por donde se lo mire, y no lo digo yo, lo dicen los profesionales del Derecho. Como si fuera poco, La Dirección General de Educación Secundaria reconoció los errores administrativos que hubo en el caso y procedió a sancionar funcionarios. Pero, ¿y mi dinero? Me lo robaron, no tengo otra forma de llamarle. En fin, dejo de hablar de mí y reitero la invitación a los colegas a que se involucren más en observar el estado actual de nuestra Educación.

Perdón, digo solo una cosa más muy personal: soy alumno de la Educación Pública, con todo orgullo, desde Jardinera hasta el último año del Profesorado que cursé. Eso hace que todo esto me duela más todavía.

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