En el mundo de las falsas poses

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Hace unos pocos años, en Montevideo, un grupo de enfermeros fue procesado porque quitaban el respirador a pacientes que estaban internados. Es decir, los que debían trabajar por mejorar la salud de esa gente, la mataban. Policías, una y otra vez, de vez en cuando, caen por cometer delitos, es decir por cometer aquello que ellos mismos deben evitar que ocurra: robos, estafas, etc. ¿Y docentes, o sea educadores, que hasta han llegado a abusar de menores acaso no hay? Por supuesto que sí. Por lo tanto, ¿llama tanto la atención que alguien que viste sotana y promueve el amor al prójimo y la solidaridad, haya tenido la imprudencia de salir (y concurrir nada menos que donde había muchísima gente como una ceremonia fúnebre) sabiendo que probablemente estaba enfermo de Covid y por ende podía contagiar a otros? La verdad, no sorprende, pero no menos verdad es que molesta e indigna.

Evidentemente estamos hablando de Sturla y de lo ocurrido en torno al fallecimiento del Ministro Jorge Larrañaga. Un fallecimiento que generó que se venga hablando de él desde hace más de una semana. Y uno escucha de todo: desde que fue buenísimo hasta que fue todo lo contrario a la bondad, así como también se escucha silencio desde algunos ámbitos. Como si al morir, el hombre hubiese destapado una olla de donde salió de todo.

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¡Cuántas cosas generó esta muerte! Generó por ejemplo que un sector de la Policía haya querido pintar en una pared una frase del fallecido (“Hay orden de no aflojar”), como para inmortalizar su presencia, en algo así como un homenaje eterno (o hasta que alguien quiera despintar la pared). No estamos en condiciones en este momento de decir con seguridad si es o no una violación de la laicidad, de hecho hay quienes (bastante más capacitados que nosotros en la materia) lo vienen analizando desde hace días. Pero sí creemos que se trata, al menos, de una provocación innecesaria. Lo mismo que el hecho de que una sala de una universidad pública uruguaya se llame “Ernesto Che Guevara”. No son cosas oportunas, por lo menos. Así lo vemos nosotros, al menos.

Pero lo que más desató la muerte de Larrañaga, creemos, fue una oleada impresionante de hipocresía, y a todo nivel. De ahí que elegimos el título que elegimos para esta página, porque hipocresía es eso, una falsa pose.

Hipocresía de quienes nunca sintieron absolutamente nada por este sanducero (y en definitiva no había por qué sentir algo), pero salieron inmediatamente a hacer un teatro de aflicción y de dolor, que “Mama Mía”, diría mi abuelo. Claro, parece que quedara bien conmoverse así ante la muerte de una persona de renombre. ¿Por qué? ¿No es mejor a veces llamarse a silencio? El silencio puede tener muchos y muy diferentes significados y entonces vale la pena aprovecharlo: puede significar indiferencia, consternación, desprecio, dolor, olvido… Y en casos como estos, de la muerte de una persona, quizás sea la mejor muestra de respeto. Por supuesto que no son todos quienes mostraron su lado hipócrita, por supuesto que hay quienes sí lo sintieron mucho, claro que sí. Pero son episodios en los que suele aflorar la hipocresía, ¿verdad?

Qué hipocresía los que siempre lo odiaron prácticamente y una vez muerto, con solemnidad y voz casi entrecortada empezaron con aquello de que “tendríamos diferencias políticas, estaríamos en las antípodas ideológicamente, pero qué buen hombre que se fue…” Déjense de embromar, cabría decirles. Basta de lucimiento, basta de poses falsas y de teatro fingido, cabría decirles.

Hemos visto también, por supuesto, muestras de dolor que parecieron muy sinceras entre sus correligionarios y otros políticos, y seguro lo fueron. A los familiares no incluimos acá, no hablamos de la familia, no está bien que lo hagamos, creemos que no corresponde. Hablamos ahora del espectro político. Hubo señales de dolor sincero y también mucho teatro de quienes siempre lo ningunearon y le “tiraron a partir”, sí, dentro de su propio partido y no sólo con cuestiones políticas, también gente que en su momento se metió con la familia, con que la señora esto o lo otro, con que era un bebedor, o un machista, y bla bla bla, lo ensuciaron y no una sino varias veces, pero ahora… ¡había muerto un santo!

Nuestra opinión es que murió un gran político y alguien que estaba haciendo las cosas bien, en un lugar harto difícil como es estar al frente de la Policía Nacional. Con esa buena imagen pretendemos quedarnos. Con la imagen de alguien que de ninguna forma era un perdedor, como dijo infelizmente un político salteño.

¿Acaso un perdedor logra ser dos veces Intendente de su departamento? ¿Acaso un perdedor logra salir de Paysandú y posicionarse (y además mantenerse tantos años) como una de las figuras mayores de la política nacional? ¿Alguien puede pensar que eso es fácil? ¿Es cosa de perdedores ganarse el respeto y el afecto generalizado hasta de los sindicatos policiales como ningún otro Ministro del Interior lo había logrado en muchísimos años?

Cuánta hipocresía, cabe agregar, de los que lo llaman perdedor, cuando seguro se relamen ellos mismos por haber podido alcanzar la cuarta parte de lo que alcanzó este hombre en su carrera política. Y hablando de esos que públicamente lo injuriaron, porque no fue otra cosa que eso, una injuria cuando ya estaba muerto (un acto de ordinariez y bajeza más que de injuria), seguimos sosteniendo lo que ya escribimos hace unos días: hay que sancionar este tipo de cosas, de conductas, si queremos cuidar una convivencia sana, en paz, con educación.

Lo del edil salteño y otros, se trata de hechos que reafirman otra convicción: que hay de todo en todos lados. Actos y actitudes de la más baja ordinariez también están en los representantes del pueblo (nada menos que un legislador departamental en este caso), y no hay, además, límites que señalen que en este partido están los buenos, o los respetuosos, y en aquel los malos y atrevidos: de todo en todos lados. Porque a no olvidarse de gente que festejó la muerte de Tabaré Vázquez, por ejemplo, y hace apenas seis meses.

Lo que creemos que debe hacerse hasta por una cuestión de cuidar la convivencia, y ni que hablar por respeto a la memoria de una persona fallecida y de su familia, es castigar a quien incurre en semejantes conductas. Será un Jefe, o un Director, será una Junta Departamental, quizás un Partido Político, o la propia Justicia, depende el caso, pero que alguien debe actuar y no permitir que estas cosas continúen ocurriendo casi que con normalidad, no hay dudas. 

Y decimos actuar en serio, y sin mentir. O sea, no como hizo Andrés Lima con aquellos dos jerarcas que celebraron públicamente la muerte de Jorge Batlle y cuando quisimos acordar, pese a anunciar que serían sancionados, apenas los “escondió” un breve tiempo (como se dice en la jerga popular: “para tapar el ojo”) y enseguida siguieron tan campante en altos cargos.

Ahora ¿se da cuenta usted, estimado lector, que los que siguen hablando mal de un fallecido (llámese Jorge Larrañaga, Tabaré Vázquez o quien fuese) son los que están en otros partidos que no es el de la persona fallecida? ¿Se da cuenta que no estamos tan lejos de la verdad, lamentablemente, cuando una y otra vez decimos que es tristísimo observar que todo se mide por colores políticos? ¿No hay otros valores en un ser humano para quererlo o no?

En fin, todo es posible y ya nada debería sorprender en este mundo, el mundo de las falsas poses.

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