Nadie ignora que el actual proceso electoral uruguayo es un traje hecho a medida.
El sistema de segunda vuelta –que por supuesto no es invento uruguayo – fue creado cuando la fuerza de la unión de los partidos de izquierda, alcanzó un crecimiento que le convirtió en el partido más votado.
La exigencia de llegar al 50% más un voto por lo menos, fue establecida entonces para impedirle llegar al gobierno, permitiendo que los restantes partidos juntaran sus votos en una segunda vuelta en la que sólo participan los dos candidatos más votados de la primera.
El mecanismo funcionó adecuadamente una sola vez, permitiéndole al Dr. Jorge Batlle llegar al gobierno. La segunda vez ya cayó por su propio peso, dado que Vázquez ganó en primera vuelta y hoy tal como están planteadas las cosas, según las encuestas de opinión y a dos meses de la primera vuelta al menos, todo parece indicar que nuevamente habrá una segunda vuelta.
Mal que nos pese, el sistema es representativo de las ideas de los uruguayos, en cuanto refleja las dos grandes líneas de pensamiento. La que se identifica como “izquierda”, con una amplia gama de “tonalidades”, desde el centro hasta los radicales y la restante que nuclea a los denominados partidos tradicionales que comparten una raíz común, capaz de ponerse por encima de las diferencias cuando se trata de enfrentar a la izquierda.
Esto determina que quien llega a la presidencia del país tiene la mayoría de voluntades de los uruguayos a su favor, pero no le asegura obviamente mayoría absoluta en las cámaras. Es más, cualquier divergencia puede complicar seriamente la aprobación de algunas leyes especiales.
Pero hoy ya no se trata tanto de eso, sino de las demás exigencias que se establecieron al mismo tiempo del sistema de “ballotage”, como ha sido la separación de las elecciones municipales de las nacionales.
Este sistema, cuya duración se extiende casi a los dos años, tiene grandes virtudes, pero también algunos vicios que es muy importante corregir. El principal de ellos, es el de vetar la posibilidad del voto cruzado. A esta altura es insostenible prohibir al ciudadano la posibilidad de votar un partido en la elección departamental y otro en lo nacional.
En los hechos, esto no hace más que dilatar y encarecer los costos de la cuestión, porque de todas formas el ciudadano podrá hacerlo, primero en las elecciones nacionales y seis meses después en las municipales.
Que nadie se equivoque, si lo que se busca es evitar el efecto de “arrastre” de candidatos nacionales en el plano departamental, creemos que se está errando. A la prueba está en lo que ha sucedido en las últimas elecciones, en las que la izquierda, ganadora en las elecciones nacionales obtuvo por primera vez en la historia del país varias intendencias en el interior.
Por lo tanto, es hora de revisar sinceramente este aspecto.
Corregir vicios del sistema electoral
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